... con contundentes argumentos, esta vez de la revista de la CCI.
Movilizaciones masivas en España, México, Italia, India...
La barrera sindical contra la autoorganización y la unificación
de las luchas
Mientras los Gobiernos de todos los países no dan tregua en planes de
austeridad cada vez más violentos, la agitación de 2011 –el movimiento de
indignados de España, Grecia etc., y de ocupaciones en Estados Unidos y otros
países– ha seguido el primer trimestre de 2012. Sin embargo, las luchas
tropiezan con una fuerte tutela sindical que logra poner serias trabas a la
autoorganización y la unificación aparecidas con fuerza en 2011.
¿Cómo hacer frente a la tutela sindical? ¿Cómo recuperar y dar un nuevo
impulso a las tendencias que vimos en 2011? ¿Qué perspectivas se abren? Tales
son las preguntas a las que vamos a aportar algunos elementos de respuesta.
Protestas masivas
Empezaremos por una breve panorámica de las luchas vividas (para una
crónica detallada remitiremos a nuestra prensa territorial).
En España, los violentos recortes sociales (en educación,
sanidad y servicios básicos) y la adopción de una “Reforma Laboral” que hace aún
más fácil el despido y que permite a las empresas reducciones salariales
inmediatas han motivado grandes manifestaciones, especialmente en Valencia, pero
igualmente Madrid, Barcelona, Bilbao.
En febrero, la tentativa de implantar un clima de terror policial callejero
tomando como cabeza de turco a los estudiantes de enseñanza media en Valencia,
provocó una sucesión de manifestaciones solidarias que acabaron en dos días de
manifestaciones multitudinarias donde trabajadores de todas las edades salían a
la calle codo con codo con los estudiantes. La protesta se extendió a todo el
país con grandes manifestaciones en Madrid, Barcelona, Zaragoza, Sevilla, muchas
de ellas espontáneas o decididas por asambleas improvisadas (
[1]).
En
Grecia, además de una nueva huelga general, las
protestas masivas se han extendido por todo el país. Participan empleados
públicos y privados, jóvenes y ancianos, parados, mujeres, incluso policías se
han sumado. Los trabajadores del hospital de Kilkis han ocupado las
instalaciones, piden la solidaridad y la participación de toda la población y
hacen un llamamiento a la solidaridad internacional (
[2]).
En
México, el gobierno ha dirigido el grueso de los
ataques a los trabajadores de la enseñanza tomados como conejillo de Indias para
luego ir agrediendo a otros sectores, todo en medio de una creciente degradación
en un país supuestamente “blindado frente a la crisis”. Pese a verse aislados
por un férreo cordón sindical, los maestros han tomado las calles de las
principales ciudades (
[3]).
En
Italia, frente a la proliferación de despidos y contra
las medidas adoptadas por el nuevo gobierno, han surgido bastantes luchas: en
Milán una parte de los ferroviarios y en empresas como Jabil, Esselunga di
Pioltello y Nokia; en FIAT de Termini Imerese, Cerámica Ricchetti de
Mordano/Bolonia; la refinería de Trapani; los investigadores precarios del
hospital Gasliani de Génova…; pero igualmente categorías próximas al
proletariado como camioneros, taxistas, pastores, pescadores, campesinos… Ahora
bien, estos movimientos se han dado de forma muy dispersa. Una tentativa de
coordinación en la región de Milán ha fracasado debido al enfoque sindicalista
(
[4]).
En
India, considerada junto a China “la gran esperanza del
capitalismo”, hemos visto una huelga general el 28 de febrero convocada por más
de 100 sindicatos que representan a unos 100 millones de trabajadores por todo
el país (aunque no todos fueron convocados a la huelga por sus sindicatos, ni
mucho menos). Esta movilización fue saludada como una de las más masivas del
mundo hoy por hoy. Sin embargo, fue sobre todo una jornada de desmovilización,
un “desfogue” en respuesta a una creciente oleada de luchas que arranca desde
2010 y cuya punta de lanza fueron los trabajadores del automóvil (Honda, Maruti
Suzuki, Hyundai Motors). Recientemente, entre junio y octubre de 2011, también
en las factorías automovilísticas, los trabajadores actuaron por propia
iniciativa desoyendo las consignas sindicales, movilizándose con fuertes
tendencias a la solidaridad y una voluntad de extensión de la lucha a otras
fábricas. También se expresaron tendencias a la autoorganización y a la
instauración de asambleas generales, como durante las huelgas en Maruti-Suzuki
en Manesar, una ciudad nueva construida como consecuencia del boom industrial de
la región de Delhi, durante la cual, los obreros ocuparon la factoría contra la
opinión de “su” sindicato. La cólera obrera se hace oír y de ahí que los
sindicatos se hayan puesto todos de acuerdo para hacer una convocatoria común a
la huelga, para así, juntos, hacer frente… … a la clase obrera! (
[5]) En ellas se ha manifestado la solidaridad de otros
sectores y tentativas de autoorganización (
[6]).
Las diferencias entre 2011 y las luchas actuales
En las acciones de Indignados y Ocupantes de 2011 el motor eran los
jóvenes, parados o precarios, aunque se sumaron trabajadores de todas las
edades. La lucha tendía a organizarse de forma asamblearia acompañada de una
fuerte denuncia de los sindicatos, no presentaba reivindicaciones concretas y
parecía centrarse en la expresión de indignación y la búsqueda de explicaciones
de lo que está pasando.
En cambio, las luchas de 2012, en respuesta a los ataques de los gobiernos,
se presentan de modo distinto: el motor son trabajadores “acomodados” de edades
de 40-50 años del sector público, frecuentemente acompañados por “usuarios”
(padres de alumnos, familiares de enfermos etc.) aunque también se sumen parados
y jóvenes. Las luchas se polarizan sobre reivindicaciones concretas y la tutela
sindical está muy presente.
En apariencia se trataría de dos luchas “diferentes” y “opuestas” –como se
esfuerzan en hacer ver los medios de comunicación–. La primera sería “radical”,
“política”, protagonizada por gente “idealista” que “no tendría nada que
perder”; en cambio, la segunda la encabezarían padres de familia, imbuidos de
conciencia sindical y que no querrían perder “los privilegios adquiridos”.
Estas caracterizaciones sociológicas que parten de retratos individuales
pero que ocultan tendencias sociales profundas, tienen la finalidad política de
dividir y enfrentar dos respuestas nacidas del proletariado, producto de la
maduración de su conciencia y de su respuesta a la crisis, que necesitan
unificarse en el camino hacia luchas masivas. Se trata de dos piezas de un
puzzle que tiende a encajar.
Sin embargo, esto no va a ser fácil. Se hace precisa una lucha activa
especialmente de los sectores más conscientes y para ello la primera condición
es una mirada lúcida sobre los puntos débiles que afectan a los movimientos
vividos. Uno de ellos es el nacionalismo, más evidente en Grecia. La rabia que
produce una austeridad insoportable es canalizada “contra el pueblo alemán” cuya
supuesta “opulencia” (
[7]) sería la causa de las desgracias del “pueblo
griego”. Este nacionalismo es explotado para proponer “soluciones” a la crisis
basadas en “la recuperación de la soberanía económica nacional”, planteamiento
autárquico en el que rivalizan los estalinistas y los neofascistas (
[8]).
El juego político entre Derecha e Izquierda es otra de las trampas con la
que el Estado capitalista pretende debilitar al proletariado. Lo vemos de forma
notable en Italia y España. En el primer país, la sustitución de Berlusconi, un
personaje repugnante, ha permitido a la Izquierda crear una “euforia artificial”
–¡nos hemos librado por fin!– la cual ha influido poderosamente en la dispersión
de las respuestas obreras que constatábamos al principio frente a los planes de
austeridad implantados por el Gobierno “técnico” de Monti (
[9]). En España, el autoritarismo, y la brutalidad
represiva que clásicamente han caracterizado a la Derecha, están permitiendo a
sindicatos y partidos de izquierda atribuir la causa de los ataques a la
“maldad” y la venalidad de la derecha y desviar el malestar hacia la “defensa
del Estado social y democrático”.
La barrera sindical
Pero el obstáculo principal son los sindicatos. La burguesía se vio
sorprendida por el movimiento de Indignados en España 2011 que con su rechazo a
los sindicatos logró el desarrollo relativamente libre de los métodos clásicos
de la lucha proletaria: las Asambleas masivas, las manifestaciones sin cabecera,
los debates de masas, etc. (
[10]).
Actualmente, lo que está a la orden del día en todos los Estados y
principalmente en los europeos, es el lanzamiento de planes de austeridad que
provocan un fuerte descontento y una combatividad creciente. Los Estados no
quieren dejarse sorprender y para ello acompañan los ataques de un dispositivo
político que dificulte la emergencia de una lucha unida, autoorganizada y masiva
de los trabajadores que llevara más lejos las tendencias de 2011.
En este dispositivo los sindicatos son cruciales. Su papel consiste en
ocupar todo el terreno social proponiendo movilizaciones que crean un laberinto
donde las iniciativas, los esfuerzos, la combatividad y la indignación de masas
crecientes de trabajadores no se expresan o se tropiezan con el terreno minado
de la división.
Esto podemos verlo concretamente con una de sus herramientas preferidas: la
huelga general. En Grecia, en 3 años se han convocado ¡16 huelgas generales!, en
Portugal llevamos 3, se prepara otra en Italia, en Gran Bretaña para el 28 de
marzo una huelga ¡limitada a la educación!, en India ya hemos hablado de la
convocada a fines de febrero, en España tras la que hubo en septiembre de 2010
se prepara otra para el 29 de marzo.
Que los sindicatos se vean impelidos a convocar tantas huelgas generales es
un indicio del malestar y la combatividad que domina a los trabajadores. Ahora
bien, la huelga general no es un paso adelante sino una forma de soltar vapor en
la olla a presión de la situación social y sobre todo un dique de contención (
[11]).
El Manifiesto Comunista recuerda que «el verdadero resultado de
las luchas no es el éxito inmediato sino la unión cada vez más extensa de los
obreros», la principal adquisición de una huelga es la unidad, la conciencia, la
capacidad de iniciativa y de organización, la solidaridad, los lazos activos que
permite tejer.
Sin embargo, en las convocatorias de huelga general y en los métodos
sindicales de lucha, esas adquisiciones son las más atacadas y socavadas.
Los líderes sindicales convocan la huelga general y cara al circo mediático
de prensa y TV hacen grandes proclamas de “unidad” pero en el día a día de los
centros de trabajo, la “preparación” de la huelga general constituye un intenso
ejercicio de división, enfrentamiento y atomización.
La participación en la huelga general se plantea como la decisión personal
de cada trabajador. En muchos centros de trabajo son los directivos de la
empresa o de la administración pública los que les interrogan uno a uno para que
comuniquen si van a hacer huelga con todo lo que eso tiene de chantaje e
intimidación. ¡Tal es el derecho ciudadano y constitucional de la huelga!
Se reproduce fielmente el esquema engañoso de la ideología dominante según
el cual cada individuo es autónomo y autosuficiente y debe decidir en su
conciencia individual lo que tiene que hacer. Una huelga sería uno más de los
mil dilemas angustiosos que diariamente nos plantea la vida bajo esta sociedad y
frente a los cuales tenemos que responder solos en el mayor de los desamparos:
¿acepto este trabajo? ¿Aprovecho tal oportunidad? ¿Compro tal cosa? ¿A quién doy
mi voto? ¿Voy o no voy a la huelga? Nos ata aún más al universo de competencia a
muerte, de lucha de todos contra todos, de cada cual a la suya, que constituye
esta sociedad.
Los días previos a la huelga general ven la proliferación de escenas de
conflicto y tensión entre los trabajadores. Cada uno se enfrenta a angustiosos
dilemas: ¿voy a la huelga aún sabiendo que no sirve para nada? ¿Voy a dejar en
la estacada a los compañeros que hacen huelga? ¿Puedo permitirme el lujo de
perder un día de salario? ¿Y si me despiden? Cada cual se ve prendido entre dos
fuegos: en uno los sindicalistas que le hacen sentir culpable si no participa,
en el otro, los jefes que le lanzan toda clase de amenazas. Es una pesadilla de
enfrentamientos, divisiones y rencillas entre trabajadores que son exacerbados
por la fijación de “servicios mínimos” que constituyen una nueva fuente de
conflictos (
[12]).
El mundo capitalista funciona como suma de millones de “libres decisiones
individuales”. La realidad es que ninguna de esas decisiones es libre sino que
es esclava de una tupida red de relaciones alienantes: desde la infraestructura
de las relaciones de producción –la mercancía y el trabajo asalariado- hasta una
inmensa superestructura de relaciones jurídicas, militares, ideológicas,
religiosas, políticas, policiales…
Marx dijo que “la riqueza espiritual de un individuo depende de la riqueza
de sus vínculos sociales”, esa “riqueza de vínculos sociales” constituye el
pilar de la lucha proletaria y de la fuerza social que le puede permitir
derribar el capitalismo mientras que las convocatorias sindicales lo devuelven
al aislamiento, al encierro corporativo, a la pérdida de las condiciones que le
permiten decidir conscientemente, lo cual solo puede hacerse formando parte de
un cuerpo colectivo en lucha.
Lo que da fuerza a los trabajadores es discutir colectivamente los pros y
contras de una acción tomando en cuenta los sentimientos, las dudas, las
contradicciones, las reservas de cada cual, pero igualmente las iniciativas, las
aclaraciones, la convicción o la decisión que cada cual madura. Esa es la forma
de realizar una lucha donde se integra al máximo de gente contando con su
responsabilidad y su convicción.
¡Pero todo eso es lo que se echa al cubo de la basura con el planteamiento
sindical de “dejarse de debates” y “sentimentalismos” e invocando el señuelo de
“ser fuertes paralizando la producción o los servicios en los que se trabaja”.
En un periodo de crisis como el actual y, de forma general, en el periodo
histórico de decadencia del capitalismo, es el propio capital con su
funcionamiento cada vez más caótico y contradictorio quien más paraliza la
producción y los servicios sociales. Un paro de la producción -¡y además de un
día!- es aprovechado por los capitalistas para eliminar stocks. En el caso de
servicios como enseñanza, sanidad o transportes públicos su paralización es
cínicamente utilizada por el Estado para enfrentar a los trabajadores usuarios
contra sus demás compañeros.
El combate por una lucha unitaria y masiva
En los movimientos de 2011 masas de explotados pudieron actuar conforme a
sus iniciativas y tendencias más profundas, se expresaron según los métodos
clásicos de la lucha obrera que vienen de la Revolución Rusa de 1905 y 1917, del
Mayo 68 etc.
En las luchas actuales, la imposición de la tutela sindical hace más
difícil esa “expresión libre” pero ésta sigue su curso. Frente a la tutela
sindical pugnan toda una serie de iniciativas obreras: por ceñirnos al caso de
España ante la huelga general del 29 de marzo hemos tenido noticia de varias de
ellas: en Barcelona, en Castellón, en Alicante, en Valencia, en Madrid: acudir
con pancartas propias a la manifestación del 29, formar piquetes explicativos el
día de la huelga, reclamar la toma de palabra en el mitin sindical, celebrar
asambleas alternativas… Significativamente, estas iniciativas siguen la estela
de las que tuvieron lugar en Francia en la lucha de 2010 contra la reforma de
las pensiones (
[13]).
Se trata de librar la batalla en ese terreno trampeado que se nos impone
para abrir paso a la auténtica lucha proletaria. En apariencia la tutela
sindical resulta incontestable pero las condiciones maduran en el sentido de su
desgaste creciente e inversamente, en el crecimiento de la capacidad autónoma
del proletariado.
La crisis, que dura ya 5 años y amenaza con nuevas convulsiones, va
disipando las ilusiones sobre una “salida del túnel”, dando paso a una aguda
preocupación por el futuro. Hoy se hace visible la quiebra creciente de un
régimen social con todo lo que conlleva –modo de vida, formas de relación y de
pensamiento, cultura, planteamientos vitales-. Mientras que en un período en el
que la crisis no era tan aguda, los trabajadores parecían tener trazado un
camino para hacerse “un lugar al sol”, a pesar de los sufrimientos a menudo
terribles que depara la explotación asalariada, hoy esa perspectiva se ve cada
vez más cerrada. Y esa dinámica es mundial.
Otra palanca de fuerza es una tendencia que ya se vio en 2011 con el
movimiento de Indignados y Ocupaciones (
[14]): la toma masiva de calles y plazas. En la vida
cotidiana del capitalismo la calle es un espacio de alienación: colapsos de
tráfico, multitudes solitarias que se afanan en compras, negocios, gestiones…
Que las masas tomen la calle para “otro uso” –asambleas, debates,
manifestaciones– puede convertir la calle en espacio de liberación. Esto hace
que los trabajadores empiecen a atisbar la fuerza social que pueden adquirir si
aprenden a actuar de manera colectiva y autónoma. Cara al futuro, arroja las
primeras semillas de lo que podría ser el “gobierno directo de las masas” a
través del cual éstas se educan, se liberan de todos los harapos que llevan
pegados de esta sociedad y adquieren la fuerza para destruir la dominación
capitalista y levantar otra sociedad.
Otra de las fuerzas que empujan hacia el futuro es la convergencia en la
lucha de todas las generaciones obreras. Con ello se continúa algo que se vio
anteriormente en luchas como la los estudiantes en Francia contra el CPE
(2006) (
[15]) o las revueltas de la juventud en Grecia
(2008) (
[16]). La capacidad para converger en una acción común
de todas las generaciones obreras es una condición indispensable para levantar
una lucha revolucionaria. En la revolución rusa de 1917 se veía juntos a
proletarios de toda la gama de edades, desde niños llevados a hombros de padres
o hermanos hasta ancianos de cabellos plateados.
Se trata de un conjunto de factores que no va a imponer su potencia de
forma inmediata y fácil. Se requerirá para su plena eclosión de duros combates,
de derrotas a menudo amargas, de una intervención perseverante de las
organizaciones revolucionarias, de atravesar momentos difíciles de confusión y
parálisis temporal. En ellas el arma de la crítica, de una autocrítica firme de
los propios errores e insuficiencias, resulta fundamental.
“Las revoluciones burguesas, como la del siglo xviii, avanzan
arrolladoramente de éxito en éxito, sus efectos dramáticos se atropellan, los
hombres y las cosas parecen iluminados por fuegos de artificio, el éxtasis es el
espíritu de cada día; pero estas revoluciones son de corta vida, llegan en
seguida a su apogeo y una larga depresión se apodera de la sociedad, antes de
haber aprendido a asimilarse serenamente los resultados de su período impetuoso
y agresivo. En cambio, las revoluciones proletarias como las del siglo xix, se
critican constantemente a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia
marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo, se
burlan concienzuda y cruelmente de las indecisiones, de los lados flojos y de la
mezquindad de sus primeros intentos, parece que sólo derriban a su adversario
para que éste saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más
gigantesco frente a ellas, retroceden constantemente aterradas ante la vaga
enormidad de sus propios fines, hasta que se crea una situación que no permite
volverse atrás y las circunstancias mismas gritan:
Hic Rhodus, hic salta!” (
[17])
C.Mir (27-3-12)
[1]) Para un conocimiento detallado de las luchas ver:
“Por un movimiento unitario contra recortes y reforma laboral”.
org/Rint144-edito+lucha).
De hecho, ese combate de 2010 preparó políticamente y en el terreno de la
conciencia las luchas de 2011.